jueves, 10 de octubre de 2013

Dos de Octubre sí se olvida

Dos de Octubre sí se olvida


Teotihuacan en línea. José Luís Hernández Jiménez*. Previo al 2 de octubre de hace 45 años, yo no había cumplido los 15. Ni siquiera era alumno de alguna escuela. Por necesidades económicas, terminado el primer año de Secundaria, me metí a trabajar de tiempo completo. Antes, mucho antes, en alguna esquina había “cantado”, es un decir, con mis cuates, “El Rock del Angelito”, por lo que recibíamos unas monedas pero, desde los 8, lo había hecho a ratos, como ayudante de albañil, bolero en la Alameda Central del DF, luego como ayudante de dibujante, después vendiendo chicles y paletas en los autobuses urbanos; pero a partir de los 14, entre mayo y diciembre de 1968, ya de tiempo completo, como ayudante en una tienda de abarrotes en la calle de Uruguay, cerca de la avenida Circunvalación, en la mera Merced capitalina.
Para nada me metía en líos sociales o políticos. Mi mundo era el trabajo pesado, de seis de la mañana a nueve de la noche, de lunes a sábados, a veces también domingos. Es decir, era un adolescente chilango, normal, de aquella época.
De aquel Movimiento Estudiantil, que luego comprendí, fue muy importante, lo único que recuerdo como vivencia directa, es que de repente y de vez en cuando, estando laborando en aquella tienda de la Merced, se escuchaban fuertes gritos de hombres y de mujeres, exclamando: “¡ahí vienen los estudiantes, ahí vienen los estudiantes!”. Y la gente corríamos a escondernos y aquellos locales, eran cerrados de inmediato. Luego, se escuchaban ruidos intermitentes de pasos apresurados o de personas corriendo, algunas gritando, y luego el silencio. Así hasta que, todo en calma, volvíamos a abrir.
Así hasta el 3 de octubre de 1968, que miré la portada de un periódico en el que aparecieron fotos de personas muertas y de soldados custodiando muchachos. Fue la primera vez que fui conciente de que algo, fuera de lo normal sucedía. Empecé a interesarme por lo que decían los diarios y por las noticias de la radio. En casa no había TV.


Por casualidad cayó en mis manos una revista con más fotografías de lo sucedido aquel 2 de octubre, en Tlatelolco, y con textos que informaban y explicaban los hechos. Dicha revista se llamaba “¿Por Qué?”. En especial, llamó mi atención la entrevista a un maestro que en la foto lucía güero, de traje, elegante, con lentes y flaco. Acusaba de esa represión, directamente a un tal Gustavo Díaz Ordaz, que dizque trabajaba de Presidente. Aquel maestro, decía, andaba escondido pues las escuelas en donde daba clase, el POLI y la UNAM, estaban cerradas y a el lo andaban persiguiendo.   
Como me gustó y convenció su explicación, empecé a buscar esa Revista. Siempre que podía, la leía. Sobre todo, buscaba el texto de ese profesor, al que le decían ingeniero, y que firmaba con el nombre de Heberto Castillo.
Con lo que supe de aquel suceso y lo que leía desde entonces, algo se removió dentro de mí, pues empecé a meterme en líos que antes no tenia. Me fijaba en problemas que perjudicaban a mis compañeros de trabajo y, con ellos buscaba resolverlos. Pasaron meses, años y seguí en ese, para mi, nuevo y emocionante ambiente.
Por motivos que nunca supe bien, por debajo de la puerta de la vivienda que yo habitaba, empezó a aparecer una revista rara, fea, que hablaba horrores del gobierno y de asesinatos y de represiones y de cosas que yo no entendía bien. Pero la leía. Se llamaba “Madera”. Y… Pero esa es otra historia.
A lo que voy es que, creo que algo parecido a lo que me pasó a mi con el Movimiento Estudiantil de 1968, le sucedió al país.
A mi me cambió. A muchos más, miles o millones, también los cambió. Ahora razono que al país también lo cambió. Nos cambió bruscamente. Nos despertó.
Y no es que, como por arte de magia o como resultado de ese solo Movimiento, el país haya cambiado de un día para otro. No.
Pero así como a nivel personal, parecía que nada sucedía; todos llevábamos una vida normal: Que un infante como yo, entre miles, trabajara desde los 8 años de edad y a partir de los 14 tuviera que dejar la escuela, era una situación normal. Similar situación era la de México. En el país y en el mundo, muchas cosas sucedían y ni cuenta nos dábamos.
Resulta que había efervescencia, había represión, incluso con asesinatos políticos, y censura, y un solo Partido, el PRI; las oposiciones todas, eran perseguidas y aplastadas; una sola voz, la del Presidente era la que se escuchaba. En ese entonces, los maestros, telegrafistas, médicos, y sobre todo, los trabajadores ferrocarrileros, reclamaban la libertad de sus líderes, como Demetrio Vallejo, como Campa, injustamente presos desde 1959; igual en el campo, había inconformidad manifiesta. Un dirigente muy conocido y prestigiado, pues había andado con Emiliano Zapata, Rubén Jaramillo, con toda su familia había sido asesinado en Morelos. Se dijo entonces que fue por órdenes del mismo Presidente Adolfo López Mateos, ídolo del actual Presidente.    
México era un país muy cerrado a todo. Hasta se prohibía que en los medios se trasmitiera música en ingles. Quizá por ello, las baladas rockanroleras creadas en EU, que cantaban diversos grupos juveniles, como el de Johnny Laboriel, el del “Rock del Angelito”, que acaba de morir, se trasmitían, todas, en español     
En gran parte del mundo, igual, todo se movía y muchas cosas estaban cambiando rápidamente, las costumbres, la música, las reglas de urbanidad, el concepto de sexualidad. Los jóvenes parecían insubordinarse a todo. La irreverencia parecía un sello en todos nosotros. Entre grupos musicales como los Beatles, filósofos como Krishnamurti y Bertrand Roussel, la Yogui Indra Devi, los Hare Krishnas, Andy Wharol, los Hippies, Juan Pablo Sartre, Simon de Bovaire, la chamana Maria Sabina y Carlos Castaneda, entre muchos mas, traían de cabeza a gran parte de los jóvenes.   
La guerra de Vietnam - con el gran Tío Ho venciendo al Tío Sam -, que era el gran conflicto mundial, había unido a millones de jóvenes contra el gobierno de los EU, en los mismos EU y en Europa. La lucha por los derechos civiles, con Martin Luther King y Malcom X (a cuyo nieto, recién mataron en el DF) a la cabeza, estaba en su apogeo en los años sesentas. La Revolución Cubana, con Castro, el Ché, y Camilo Cienfuegos, era triunfante, con prestigio y como ejemplo para muchos jóvenes de aquella generación. En las inmensas manifestaciones alemanas, inglesas, francesas, italianas, siempre aparecía una foto de esos personajes.
Y en México, nada pasaba, aparentemente. Todo era normal. Como yo.  
Pero en julio de 1968, una simple bronca juvenil, fue como arrojar un cerillo en paja seca. El pleito fue entre “Los Ciudadelos” y “Los Arañas”, dos pandillas del rumbo de la Ciudadela, en el DF, que involucró a estudiantes de la Preparatoria “Isaac Ochotorena” de la UNAM y de la Vocacional 2 (hoy se llaman Cecyts) del IPN. Llegó la policía pero trató pésimamente el asunto pues los uniformados se metieron a las escuelas, golpeando a todo el que se hallaban en su camino, incluso profesores. La inconformidad estudiantil, provocada por dicha acción, brotó, desorganizada, inconciente, ingenua, caótica, romántica, y creció y creció….hasta lo ocurrido el 2 de octubre de 1968, con su secuela de muertos y de cientos de detenidos. Aunque siempre se dijo que fueron cientos los asesinados en Tlatelolco, la cantidad exacta nunca se supo. A partir de los 25 años de aquel hecho, un grupo de participantes directos, del lado de los estudiantes, promovió que en esa plaza, se colocara una placa con los nombres de los caídos. Hoy, en esa placa aparecen los nombres de 34 personas.       
Cuando ocurrió lo del 2 de Octubre - como es lo único que se conmemora, es lo que más se recuerda, y deja fuera del análisis y del recuerdo todo un entorno nacional e internacional muy interesantes, como si fuese lo único que ocurrió (por eso digo que “el 2 de octubre sí se olvida”) - el Movimiento iba en decaída, pues sus demandas – Libertad a los Presos Políticos, desaparición del delito de disolución social, derogando los artículos 141 y 141 bis del Código Penal, desaparición del cuerpo de granaderos, destitución del Jefe de la Policía capitalina, indemnización a las víctimas -, no tenían eco en el gobierno, y la sociedad apenas empezaba a involucrarse.
Aún así, se llevaron al cabo varias manifestaciones, una, según reportaron los diarios, con 600 mil participantes. Y la del Silencio, el 27 de agosto de aquel año, impresionante por su alto grado organizativo. Sin desmanes ni agresiones a civiles o policías, porque – a diferencia de ahora - eran los policías y granaderos, los que agredían a los estudiantes.  Y eso en una época – otra diferencia con el presente - en que las únicas manifestaciones permitidas eran las del PRI. Quizá por eso y porque los Juegos Olímpicos estaban por empezar, ocurrió el manotazo de Díaz Ordaz. Y probablemente eso fue lo que dio realce internacional a los hechos de Tlatelolco, pues gran parte de los periodistas que venía a cubrir esos Juegos, ya estaban en México. Varios fueron golpeados y al menos una de ellas, la italiana Oriana Fallaci, fue herida. Por supuesto, reportaron lo que sintieron. El escándalo fue mayúsculo, desde la misma inauguración, ya que el Presidente de la República, fue abucheado como nunca antes, por los asistentes al Estadio Olímpico. México despertaba y dejaba de ser “normal”.
El Movimiento como tal languideció. Entiendo que se fue extinguiendo. Para diciembre estaba muerto. Pero las persecuciones contra los dirigentes mas conocidos, arreciaron. Cientos fueron a dar a la cárcel. Luego fueron saliendo. Algunos fueron exiliados; otros se autoexiliaron. Muchos se fueron a sus casas a continuar con su vida normal. Hubo quienes fueron cooptados por el régimen.
Pero muchos, también optaron por seguir el camino de la participación social, cívica, por diferentes vías; Unos por la lucha armada, bien porque eran fieles a sus convicciones y/o porque daban por sentado que los caminos legales estaban cerrados y que la mejor prueba en ese sentido, había sido la brutal represión gubernamental; Otros optaron por la lucha política. Entiendo que éstos partían de dos premisas; que había resquicios legales que se debían aprovechar y que el grueso de la población, no apoyaría ninguna lucha violenta, pues ni sus promotores estaban realmente preparados para ello.
En algún momento de mi neófita vida social y política, ahora lo veo mas claro, a mí se me presentó esa disyuntiva, cuando alguien me llevaba el periódico “Madera”, y luego una célula de un grupo que se decía a favor de la guerrilla, me buscó para invitarme a sus reuniones clandestinas. Por otro lado, como siempre he sido un pacifista irredento, y no sirvo para clandestino – aparte de que en ese tiempo mis lecturas acostumbradas eran “Memín Pingüín”, “Kalimán El Hombre Increíble”, “Santo, el enmascarado de plata” - y nada sabia de ideologías ni de teorías políticas, aunque con los años leí con interés las obras de muchos de esos filósofos e ideólogos, finalmente opté por la lucha social y política, abierta, legal. En este renglón, primero me topé con el Partido Comunista Mexicano (PCM) que, aunque se decía a favor de la lucha política, sus dirigentes eran medio clandestinos y quienes me invitaban a integrarme con ellos, solo me recomendaban leer y leer libros y libros de autores extranjeros.
Luego, un 8 de abril de 1974, me topé en plena plaza pública, de Iztapalapa, con un grupo de agitadores, así los consideré pues su discurso no solo era claridoso, ameno, aleccionador, sino que también invitaban abiertamente a organizar un nuevo Partido Político. Ese grupo estaba encabezado por aquel profesor que, años atrás,  había leído en la revista “¿Por Qué?”, por  Heberto Castillo quien, al hablar, enarbolaba una Constitución, reclamando su acatamiento. Y con el estaba, nada menos que el personaje que había sido la principal bandera de lucha del Movimiento de 1968, Demetrio Vallejo. Esa vez también escuché hablar a Luís Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, uno de los íconos de aquel mismo Movimiento y a Salvador Ruíz Villegas, otro de los integrantes del Consejo Nacional de Huelga.
Me gustó su discurso. Me convencieron. De ahí que en septiembre de 1974, fui a echar un ojo a la fundación formal, al Congreso Constituyente, de dicho Partido, el PMT. Este fue mi verdadera escuela política. Ahí entré en una dinámica de participación y aprendizaje intensos y aleccionadores. Incluso, ¡19 ocasiones fui a dar al bote! Me convertí en dirigente de base, delegacional, estatal y finalmente, nacional. Desde ahí ayudé a operar la unificación de las izquierdas, primero, en 1981, en el Partido Socialista Unificado de México (PSUM), esfuerzo al que finalmente no nos sumamos; luego, en 1987, en el Partido Mexicano Socialista (PMS) y luego, en 1989, en el Partido de la Revolución Democrática (PRD), partido que ahora parece que su ciclo productivo, ha terminado.
En todos estos años, 45 desde el Sesenta y Ocho, (¡híjole, el próximo 9 de octubre cumplo 60!) participando y reflexionando, entiendo que mucho hemos cambiado; personalmente, como es mi caso y el de miles de mexicanos, supongo, y claro, como país.
Del Movimiento aquel, brutalmente aplastado, como que surgieron semillas libertarias, creadoras, pujantes. Esas semillas, miles, crearon organizaciones de todo tipo, sociales, como asociaciones civiles, cooperativas, sindicatos y movimientos sindicales independientes; y organismos políticos, como el PMT, el PRT y hasta el PST, y organizaciones mas audaces, me refiero a grupos que estaban y están por la lucha armada. Todos contribuyendo a su manera, a la construcción de un México mejor.
Entiendo que esas miles de semillas, han dado fruto. Es el México que ahora vivimos. Lo sucedido en el ´88, no se explica sin el ´68; el PRD no se explica sin el ´68; el mismo EZLN, no se explica sin el ´68; el IFE ciudadano no se explica sin el ´68; la transición política, iniciada en 1997, y aún no terminada, no se explica sin el ´68; la gran participación de la mujer, igual no se explica sin el ´68. Para bien y para mal, ahí está la influencia del 68. Bueno, hasta los hermanos Salinas de Gortari fueron sesentayocheros. Y hasta uno de ellos llegó a Presidente.    
Igual para atrás: el Movimiento Estudiantil de 1968, no se explica sin las luchas ferrocarrileras que conmovieron y las únicas que paralizaron a México, en los años 1958 y 59 y otras, también importantes. Porque todo se relaciona.
Y lo que hagamos en estos tiempos, influirá en lo que suceda en el futuro. Aunque no seamos concientes de ello.
En lo personal, ahora no estoy cerca de los Partidos registrados, pero si al pendiente de lo que hace. Más bien, estoy inmerso en la sociedad, en la llamada Sociedad Civil. Eso si, igual que antes, invitando a quien se deje, a que se interesen en la cosa publica, a que se informen, a que se organicen y participen, a que no dejen las manos libres a quienes, desde los gobiernos de los tres niveles, las legislaturas locales y federal, o desde el Poder Judicial, mal dirigen este país. A que le marquen el paso y exijan cuentas a los políticos profesionales, a todos, de todos los partidos, ya que son nuestros empleados, pues viven de nuestros impuestos. A que nos convirtamos, todos, en Ciudadanos de a de veras. Y eso es lo que ahora hago con ustedes, invitándoles a eso y agradeciendo su atención y en especial, al “Colectivo Cultura y Democracia de Cajeme”, COCUDEC, aquí en Sonora, por haberme invitado a compartir con ustedes, estas reflexiones.            
A lo mejor les sucede lo que a mí. Que como que Dios me castigó: Porque cuando ocurría el Movimiento Estudiantil de 1968, yo era de los que corría al escuchar que ya venían los estudiantes. Años después, me volví compañero y hasta amigo personal de algunos de aquellos cabecillas, como Heberto Castillo, Demetrio Vallejo, Luís Tomas Cervantes Cabeza de Vaca, Salvador Ruíz Villegas, Eduardo Valle, “El Búho”, Luís Villoro, Raúl Álvarez, Garín, Jorge Villamil Rivas, Marcelino Perelló, Alex Lora, el del Tri, Oscar Chávez, Carlos Bracho, que surgieron en el 68, y otros que, como Heberto y Vallejo, venían desde antes como Alfredo Rustrian y Arturo Olguin;  a todos ellos, desde aquí y en donde estén, les mando un caluroso aplauso. Muchas gracias.
(*) Discurso pronunciado en el auditorio del Sindicato Nacional de Trabajadores del Seguro Social, en Ciudad Obregón, Sonora, el 2 de Octubre de 2013; todo durante el Panel titulado “Antes y después del 68”. Los otros dos ponentes fueron Roberto Ceseña Ceseña y Próspero Valenzuela Muñer        
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